COCINANDO EN VOZ ALTA
@nunezalonso
El oscuro fin del fuego
Comencemos esta primera columna
de entrega mensual con una pregunta, la primera que debería hacerse todo
cocinero: por qué cocinar? Además de la obviedad de la necesidad de
supervivencia, tratemos de contestarnos yendo un poco mas allá. Faustino Cordón
dijo que "cocinar hace al hombre" y toda la escuela de antropólogos
post-estructuralistas sostenía que era la facultad de cocinar y no la de hablar
la que nos hacía "sapiens". Muy bien, así que de ser esto cierto y ya
saldada nuestra deuda evolutiva al quedar demostrado durante unos cuantos
siglos que "cocino, luego existo (como Hombre)" podríamos darnos a la
tarea (o más bien quitarnos otra) de simplemente alimentarnos con un poco de
carne cruda y algunas hierbas: asistiríamos así a la apoteósis del carpaccio y
del salad bar! (y seguramente habría muchas menos peleas entre apasionados chefs
idealistas y empresarios obsesionados por el tan necesario "retorno de
inversión" ).
Por otro lado, la negación
deliberada de la cocina, a la vez que camino de “des-civilización”, sería
también el comienzo de la anheladamente posmoderna vuelta a la naturaleza: si
quisiéramos desmontar el caos del mundo industrial para que no se hagan
realidad las más temidas visiones distópicas que Hollywood nos pueda hacer temer, entonces no
deberíamos preocuparnos tanto de la capa de ozono, ni de los vegetales transgénicos,
sino mas bien de dejar de cocinar, que a fin de cuentas fue por donde empezó
todo, o no?
Pero no nos desviemos y volvamos
a la pregunta: por qué obstinarnos, como raza, en un nasi-goreng, un coq au vin
o una hallaca, lo mismo da. Por qué complicarlo todo de tal manera? A ver:
tratemos de contestarnos brevemente. Por un lado, los cocineros deseamos servir
y agradar por medio de la seducción del comensal, pero con qué oculto fin? Por
qué o para qué seducimos?....Por otro lado está el deseo de placer y su eterna
necesidad de satisfaccion. Levy-Strauss, hombre que inevitable y lógicamente
pasó del estudio de la linguística al del paladar, en su famoso triángulo culinario nos aclaró cómo el
ser humano emergió al pasar “de lo crudo a lo cocido”. Indudablemente, en
cierto momento de este camino un grupo de antepasados descubrió cuán agradable
y fácil de comer resultaba la carne de algún animal chamuscada por un rayo fortuito, lo que hizo que
se deseara manejar el fuego a voluntad.
Deseo, placer, seducción,
fuego, control: se va aquí delimitando el territorio de la cocina y sus
sistemas de relaciones. La
facultad de satisfacer una necesidad básica de manera encantadora gracias a que
se manejan a voluntad las variables para ese fin crea una indudable fuente de
poder. Enunciar un discurso culinario coherente (que hoy en día, en el mundo
industrializado del branding y el mercadeo no necesariamente significa cocinar
bien) es PODER que se sirve de la seducción y el halago al comensal. Y es que a
fin de cuentas: el ejercicio del poder,así
como la comida, por
disimulado o rebuscada que sean, no esconden más que una obviedad: el condenado
deseo de sobrevivir.
En nuestra próxima columna
recordaremos la biografia de algunos cocineros, así como sus estrategias
para alcanzar ese monstruo anhelado del poder.