COCINANDO EN VOZ ALTA
@nunezalonso
El oscuro fin del fuego (II)
En nuestra columna anterior
indagábamos sobre las relaciones entre cocina y poder y cómo tras el acto
culinario a veces se oculta el deseo de control. Para seguir pensando en este
tema conviene revisar brevemente la biografía de dos cocineros que han
alcanzado altas posiciones en la sociedad gracias a su oficio.
En su casi infinito y único
mundo de posibilidades, la cocina no sólo puede convertirse en un elemento de inserción
y movilización social, sino que incluso abona el terreno para que seres venidos
de situaciones de profunda desventaja
social y económica logren posiciones de influencia política. Este fue el caso
de Antonin Carême (c.1783- 1833), quien vivió una asombrosa historia al
transformarse de niño de la calle a chef privado de algunos de los hombres más poderosos de su tiempo (entre otros: el príncipe Talleyrand, el rey Jorge
IV, el emperador Napoleón y Alejandro I, el Zar de “La
guerra y la paz” de Tolstoi) Antonin Carême siempre estuvo al servicio del poder de turno. Su
sapiencia culinaria, unida a la experiencia como estrategas de los patronos a
quienes sirvió, podría dar cuenta de uno de los más notables casos de aquello
que el historiador José Rafael Lovera ha llamado “política
del convite”,
que no es más que el logro de pactos y alianzas con la ventaja que da el tener
al otro ablandado y rendido en su
espíritu por el placer gastronómico ofrecido.
Era tal la importancia estratégica
dada a la cocina de Carême, que durante la gran repartición de Europa que fue
el Congreso de Viena, el Primer Ministro Talleyrand exigía al senado francés
“mas cazuelas y menos instrucciones”. Por cierto, fue este mismo estadista
quien unos años antes había disculpado
al eximio chef por el hecho
de no descubrir su cabeza ante el Zar de Rusia, presentándolo con estas
palabras: “Majestad, él es la Cocina”. El llamado “rey de los cocineros y cocinero
de los reyes” entendió tan cabalmente su rol en las conexiones existentes entre
el placer gastronómico y los logros del gobierno al que servía, que alguna vez asentó en su diario: “Mi
cocina fue el ejército de avance de la diplomacia francesa”
Casi doscientos años después,
en Septiembre de 2013, en el alguna
vez llamado “Nuevo Mundo”, un cocinero es distinguido con el galardón al mejor
restaurant de América Latina. El premio es organizado por un poderoso
conglomerado de empresas transnacionales; el chef es Gastón Acurio, una de las
personalidades mas influyentes en Perú y el restaurant es “Astrid y Gastón”, en
la ciudad de Lima. En su caso se podría hablar del reconocimiento dado no sólo
a un restaurant, su comida y su servicio sino también al de toda una carrera
profesional de muchos años en la que Gastón ha logrado incluir a Perú, cual
marca comercial, en la lista del turismo gastronómico internacional que busca ávidamente
los mejores lugares del mundo para comer. Este fenómeno de reconocimiento internacional pareciera traer atado una consecuente carga ideológica
de nacionalismo, orgullo y autoestima colectiva en el que complicados procesos
de cultura de las masas funcionan como proyecciones de deseos y necesidades
individuales. Indudablemente podría tratarse de una poderosa arma política en
la que la diplomacia gastronómica actúa esta vez fronteras adentro y no pretende
anexar territorios, como en los tiempos de Carême, sino conciencias y –por qué
no- votos.
En Lima, durante la reciente premiación
y haciendo público un rumor ya no tan nuevo, se escucharon eufóricos gritos que
proclamaban a Gastón para presidente de Perú. Será esto algún día posible? Quién
sabe…la cocina y sus placeres proporcionan la magia del carisma y el poder.